jueves, 3 de septiembre de 2009

Dialéctica de los Sexos III

En el plano gubernamental la situación es enteramente diferente. La par-
ticipación política de la mujer es muy débil, y se estrecha un poco más a me-
dida que se avanza hacia el círculo interior. Poco numerosas son las candi-
daturas femeninas en las elecciones, menos aún las mujeres parlamentarias,
menos las mujeres ministros y escasísimas las mujeres jefes de gobierno.
Esta disminución progresiva de la influencia femenina a medida que Se
asciende hacia los puestos de dirección no es sólo sensible en la estructura
del Estado y de sus organismos políticos, sino que se la encuentra en la ad-
ministración pública, en la de los partidos políticos, empresas privadas,
sindicatos, etc. Actualmente no se percibe ninguna evolución que modi-
fique esta situación: no aumenta el porcentaje de mujeres diputados en nin-
gún país del mundo. Al contrario. Cuando en un país se concede el voto fe-
menino por primera vez, aparecen algunas mujeres parlamentarias, pero
en las sucesivas elecciones vuelve a descender su número y a estabilizarse
en una cifra muy baja.

Además de ser muy débil en cantidad, también hay una diferencia cuali-
tativa en cuanto a la Orientación de las mujeres en su participación dentro
del círculo gubernamental. Las pocas mujeres que toman parte en la direc-
ción de los partidos, en altas funciones administrativas en el parlamento
y en los gobiernos, dirigen su actividad hacia tareas netamente especializa-
das: higiene, educación, maternidad, familia, vivienda, etc. ES decir, hacia
todas las cuestiones consideradas como específicamente femeninas por la
opinión corriente.

Se podría pensar que esto Sucede en las primeras fases de la participación
de la mujer en la vida pública, pero los hechos demuestranque esta interpre-
tación es falsa y que más bien se observa una acentuación de esta tendencia
especializadora. Resulta muy típica la evolución de la mentalidad de los
partidos de izquierda y de extrema izquierda europea en este sentido. Al
comienzo del siglo rechazaban con violencia toda discriminación entre los
sexos y se esforzaban en colocar hombres y mujeres en un mismo plano, de
rigurosa igualdad política. Hoy, sin renegar directamente de su doctrina
inicial, insisten en el papel de esposas y madres, confían a sus cuadros feme­
ninos el cuidado de dirigir actividades propiamente femeninas y desarrollan
organizaciones especiales para las mujeres en lugar de preferir la adhesión
de ellas al partido mismo. El feminismo del l900 no se parece al del 1954,
ni al del 1967. Aquél nacía de la distinción entre los sexos y refería los hom-
bres y las mujeres a la noción de ciudadanos. Hoy, por el contrario, Se sitúa
la diferencia entre los sexos en la base misma de la doctrina, e impulsa a
la mujer a entrar en la acción política y en la defensa de los intereses consi-
derados como específicamente femeninos.

Pero yo quisiera hacer hincapié sobre aspectos más esenciales de este
proceso de "concienciación" que tiene la mujer actualmente y del cual sólo
una manifestación secundaria es la participación decidida en la colectividad
social e histórica. La mujer toma conciencia de sí misma como "otro ser".
Simone de Beauvoir, en su libro El Segundo Sexo, da una versión, a mi modo
de ver insuficiente, sobre este proceso. La mujer ya no se resigna a ser el
objeto del amor de los hombres. Ser objeto degrada y deshumaniza. "La
mujer se determina a sí misma tomando a su cuenta y asumiendo su natu-
raleza en la afectividad".

Este punto de vista ofrece una perspectiva más amplia y verdadera que
el de Freud. El psicoanálisis ha sido uno de los movimientos del mundo
contemporáneo que más ha incitado al ser humano a tomar una Cierta
conciencia de sí mismo. Su secreto estriba, precisamente, en elevar a la luz
de la vida consciente lo que sestea o se agita en las sombras del inconsciente,
su limitación proviene de circunscribir la "geograf`ía" del mismo. Si el ser
humano es neurótico o perverso —-afirma— es porque se conoce mal o
porque encubre con artificios defensivos su dinámica instintiva. Pero el
mismo Freud Se mostraba ante la mujer con mentalidad de pequeño burgues.

La mujer no es para el un ser diferente, sino inferior, como si ocupase un es-
calón más bajo en el proceso de diferenciación de la vida humana. Por eso
la mujer nace con un complejo ——según Freud- en el que vivencialmente
expresa y reconoce su inferioridad anatómica. Le falta en su "geografîa"
corporal una pequeña península, orgullo del varón y que ella le envidia
desde que lo descubre, en el "otro", siendo aún niña.

En Simone de Beauvoir la perspectiva del universo femenino es más
amplia. No se trata ya de una naturaleza que la determina fatalmente como
mujer, sino de un ser que elige una determinada forma de existir y dentro
de la elección asume su feminidad con todas sus características.

El hombre contemporáneo se busca a sí mismo y trata de escapar a todo
el proceso de alienación ——es decir, de dejar de ser humano— a que le so-
meten las fuerzas históricas que actúan sobre él. Evita angustiosamente
disolverse en el anonimato de la masa y convertir su vida en la vida de un
objeto entre objetos. La mujer tiene formas específicas de alienarse o de dejar
de ser ella misma. Una de ellas consiste en imitar al hombre. Si una mucha-
cha sube a un árbol es que imita al muchacho, si busca un trabajo indepen-
diente también, se dice corrientemente. Pero ¿eS que la mujer no tiene sus
propias características antropológicas sin necesidad de parecerse al hombre?
La vida, Se ha dicho muchas veces, es un proyecto y cada vida humana
es la realización de un proyecto singular. Pero, en lo más íntimo del acto
de vivir, se halla la experiencia de la libertad. En cuanto alborea la con-
ciencia el mundo se nos presenta como un haz de posibilidades entre las que
es preciso decidir. No se trata de una elección como un acto perfecto, de una
voluntad libre, al modo como lo estudiaba la metafísica clásica, sino de
una elección que esta en las fronteras entre lo biológico y lo psíquico. La
misma vida de los instintos ya se inscribe en el pentagrama de las elecciones.
Se elige comer esto o aquello y, lo que es más radical, se elige comer o no comer.
Esta radicalidad es la que va implícita en el acto mismo de vivir, puesto
que también se elige continuar viviendo.

Vida es, pues, en cierto sentido, libertad. La perspectiva existencialista,
sobre todo la de Sartre, se extralimita cuando eleva ese principio de la liber-
tad a categoría absoluta. No hay —dice— principio de acción que nos
venga de fuera de la existencia misma. La ética de nuestras acciones queda
configurada por la compulsión a la elección. Sartre se olvida de algo que es
aracterístico a la existencia misma y es que ella elige seguir existiendo.

Más claro, la vida es elección entre posibilidades varias, pero hay una que
la vida no puede elegir sin desaparecer, que es la de seguir viviendo. Luego
la vida tiene un Sentido para Sí misma. Toda elección crea un sentido que nace
del sentido mismo de la vida. La vida que carece de sentido es absurda y
para el absurdo de la vida no hay más que una respuesta, como decía Camus,
que es la del suicidio.


Pero de otro punto fundamental se olvidan algunas direcciones de la her-
menéutica existencialista: que el hombre es un espíritu encarnado. Estamos
ligados a un cuerpo que es algo radicalmente distinto de las numerosas
"cosas u objetos" que pueblan nuestro mundo. El cuerpo humano es la raíz
de la existencia humana y en su núcleo originario nos viene dado como es.

Es decir, el punto de partida nos está dado. No somos absolutamente libres,
sino que venimos ya al mundo con limitaciones inscritas en nuestra propia
carne. No hemos sido libres para elegir ser hombre o mujer, sino que' hemos
nacido así. Nuestra libertad es, pues,una libertad sujeta ala condición humana.

La mujer no es libre absolutamente para conformar su existencia. Por
eso su vida tiene que oscilar entre la inmanencia y la trascendencia. Veremos
clara esta situación dilemática si la proyectamos sobre la concepción del
futuro. Existe un modo de concebir el futuro de cada uno como repetición.

Marcelle, una mujer protagonista de una reciente ovela dice "esperaba
pasiva y desgastada; iba a esperar así durante '1`os, hasta el fin... Repetir
lo mismo, vivir la cotidianeidad siempre bajo el mismo signo, levantarse,
peinarse, vestirse, salir a la calle, comer, volver a casa, salir de nuevo, etc., etc.".
Volver a empezar, volver a empezar siempre bajo la misma fórmula, con un
techo vital que ahoga y apenas permite respirar. Durante décadas, quizá
durante siglos la vida de la mujer ha sido planificada de esta manera. Es una
vida cíclica con sus altos y sus bajos, sus ritos, ritmo y repetición, de la que
sólo el hombre le arranca una o más veces, pero casi siempre transitoria-
mente, para dejarla de nuevo que siga deambulando, vegetal y poética
mente en su mundo lunar.

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