jueves, 3 de septiembre de 2009

Sexualidad y mundo moderno

Primero una pregunta, ¿en qué sentido podemos hablar de mundo mo-
derno? Existen países desarrollados, otros a los que Se califica de subdesa-
rrollados y en tercer término una categoría, muy significativa por cierto,
la de los países en vías de desarrollo. Lo que esto significa es que en todos
domina una apetencia común por un tipo de sociedad de masas, técnica-
mente progresiva y con muchas analogías profundas, a pesar de grandes
disparidades en la máscara política con la_ que se presentan. Todos van a
la búsqueda del mismo nivel histórico apoyados en un determinado tipo
de progreso. Si todas las colectividades nacionales se afanan en la consecu—
ción de ese arquetipo común, bueno será elegir para su estudio los tipos de
sociedad que más se aproximan a él. Quiero decir que al hablar de la signi-
ficación de la sexualidad en el mundo contemporáneo, me refiero más espe-
cialmente a la que ha adquirido en los pueblos desarrollados y no a la que
realmente tiene en los subdesarrollados. Más bien tendrán éstos que pensar
si aquel ideal debe estimarse como universalmente válido o si, al observar Š
su proyección en una dimensión tan densamente humana como la sexualidad, i
no valdría la pena pensar en un replanteamiento del problema.

Vivimos en un mundo tan "erotizado" que ya empieza a producirse,
una cierta alarma en los Sectores más progresistas. Malcolm Muggeridge
ha publicado un ensayo con el título "; Basta de sexo !". Se hallaba un domingo
por la mañana tomando una taza de café en un "drugstore" en Racine,
pequeña ciudad del estado de Wisconsin. LOS anuncios que estaba viendo
le impresionaron. "Es —dice— el final de un largo camino al que Have-
lock Ellis, D.H. Lawrence, H.G. Wells y tantos otros nos llevaron? El viejo
Freud les dio su bendición. Krafft-Ebbing tuvo también algo que decir.

El sexo se ha convertido en manía, en enfermedad, como le ocurrió al pro-
pio Lawrence que, como tantos otros profetas de este culto, era o casi era
impotente. Los niños, a los nueve años, en lugar de leer libros de cuentos,
tienen ya en sus manos el Kama Sutra. El sexo es la religión de la sociedad
más desarrollada económica y' culturalmente. El sexo es un elemento esen-
cial del "american way of life", etc., etc. Muggeridge es un escritor brillante
y agresivo. Quizá se ha escandalizado demasiado. Sobre todo no Se puede
limitar este "way of life" a América. También su penetración es masiva
en Europa.

En primer término, en cualquier rasgo de la conducta humana hemos
de ver lo que hay de normal y de anormal. Las perversiones sexuales son an-
tiguas y permanentes en la especie humana. Lo que se encuentra repre-
sentado en las figuras sexuales de los museos incaicos es lo mismo que nos
ha legado la tradición erótica grecorromana. Lo que varía en cada época
histórica es la línea de lo que se considera vida sexual normal o natural en
el hombre y lo que se considera anormal.

Esta frontera se trata de delimitar —-——en el mundo moderno-- con arre-
glo a un criterio estadístico. Como toda estadística necesita cuantificar los
fenómenos. En 1953 estalló la bomba K (Kinsey Rapport). Y ¿cómo cuan-
tifica la sexualidad Kinsey? Reduciéndola a una unidad de medidas el or-
gasmo. Y aun en la mujer adopta la misma unidad, desconociendo la com-
plejidad y diferencia de este fenómeno en cada sexo y unidad, y analogando
sexualmente la mujer con el hombre. ¿Es que alguien que conozca el pro-
blema de la Sexualidad puede pretender que Se logre cuantificar de esta
manera?

Desde el punto de vista de la organización, la encuesta Kinsey consti-
tuyó una muestra de la eficacia de los nuevos métodos de investigación.
Un equipo dirigido por un zoólogo, e integrado por un psiquiatra, un psi-
cólogo social, un estadístico, etc., con todas las secciones posibles y todos
los consultores deseables. Desde el punto de vista técnico, la operación es-
crutadora se realizó con un enorme rigor. Los dos libros que Kinsey escri-
bió basándose en los resultados de la encuesta y que han sido "best­seller"
en los años de su aparición, han pasado a engrosar los caudales de la Uni-
versidad, dando con ello una muestra del desinterés y la buena fe que presi-
día la investigación. El impacto sobre la opinión americana y, en menor
escala, sobre la del mundo, fue tremendo. Pero ¿cuá1 era el propósito de tal
encuesta? No se trataba de una mera inquietud científica,de un Saber por
saber. Kinsey y sus colaboradores emprendieron su trabajo porque, según
ellos, la humanidad sabía muy poco de uno de los más esenciales problemas
de su vida: la Sexualidad. LoS conocimientos que se habían acumulado
durante siglos sobre tal problema eran insuficientes y deformados. En torno
a él no había más que algunos conocimientos psicológicos lacunares, ex-
presiones literarias fascinantes, pero insuficientes, prejuicios religiosos y mitos
y, también, palabrerías del hombre de la calle. Resultaba imperativo, pues,
que en la era tecnológica se abordase el problema por el método más rigu-
roso posible. El conocimiento matemático-estadístico de los hábitos sexua-
les del varón o de la mujer en una determinada sociedad, en este caso la ame-
ricana, nos ofrecerá la Seguridad en el trazado de las normas sexuales a las
que debe atenerse la conducta humana. La publicación de los resultados de
la encuesta Kinsey traza, sin duda, un meridiano importante en el cono-
cimiento de la sexualidad contemporánea.

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