miércoles, 16 de septiembre de 2009

La mujer on la Sociedad romana

Esta situación del hombre respecto de la mujer, no habría sido posi-
ble sin el establecimiento de una cierta emancipación femenina en la so-
ciedad romana, y sin que la mujer gozara de singulares privilegios en el
matrimonio. Se celebraban dos especies de matrimonios diferentes. En uno
(matrimonio por Coemþtionom) la mujer entregaba cuerpo y bienes al poder
de su marido. Si era patricia, un acto religioso, la confarreación, reem-
plazaba la venta, pero subsistían los efectos. El marido tenía a la mujer
in manu, en la mano. junto a este tipo de matrimonio existía otra unión más
relacionada con las propias esencias de la familia romana. La mujer, en
lugar de entrar a formar parte en la familia del marido, permanecía en la
casa de su padre. Mientras vivía éste disfrutaba de una dote y, cuando que-
daba huérfana, recibía la herencia, de la que podía disponer libremente,
sin que el marido tuviera ningún derecho sobre la misma. El esclavo dotal
administraba los bienes de la esposa y sólo a ella rendía cuentas.

Esta independencia económica permitía a la mujer disfrutar de una
posición más ventajosa, en ocasiones, que la del marido. Plauto explica
detalladamente cómo algunos maridos tenían que recurrir frecuentemente
a la esposa para que los sacara de diversas dificultades económicas; al Obrar
así, el marido veía disminuido su prestigio y mermada su autoridad. En oca-
siones intentaba sobornar al esclavo dotal y, si la trampa se descubría, que-
daba a merced de la esposa. Esta facilitaba préstamos usurarios al marido `
y si este intentaba hacer valer su autoridad para quebrantar la libertad
de la esposa, se veía perseguido por el esclavo dotal.

La infidelidad conyugal no fue motivo de dramas aparatosos. Las se-
paraciones matrimoniales abundaban y los jueces eran muy tolerantes y
dispuestos a conceder el divorcio con suma facilidad. A partir de la segunda
guerra púnica, el número de divorcios creció alarmantemente. La mujer
cuyo marido se ausentaba durante largos períodos para cumplir con sus
obligaciones bélicas era escuchada cuando pretendía divorciarse.

En la Roma imperial esta situación se agravó. Séneca la explica gráfica-
mente: "Hay romanas ——decía— que no cuentan sus años por el número
de cónsules, sino por el de sus maridoS". Y juvenal, con su mordacidad
característica, describía de un plumazo la moda del divorcio por boca de
un liberto que le dice a su mujer: "Vete, vete, que te Suenas con demasiada
frecuencia y quiero casarme con otra que tenga las narices secas".

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