jueves, 3 de septiembre de 2009

Dialéctica de los Sexos

Hay dos maneras de concebir la dialéctica de los sexos. Una, simboli-
zada en la historia bíblica y otra, en el viejo mito platónico. Ambas encie-
rran dos perspectivas del problema más radicalmente distintas de lo que
parece en una primera aproximación.

Según el mito, tal como Platón lo refiere en el "Symposio" existían unos
seres que, simultáneamente, eran hombre y mujer. Su figura resultaba
monstruosa: dos caras que miraban en direcciones opuestas, cuatro orejas
y "todo lo demás" que puede suponerse. Su fortaleza era tanta que Júpiter
decidió debilitarla partiéndola en dos, como se parte una fruta. De estas
dos mitades incompletas proceden los dos sexos, y así, andan buscándose
uno a otro para lograr la unidad y con ella curar al ser de su inferioridad
nativa.

Las dos mitades que formaban el andrógino peregrinan por el planeta:
la fusión supone la unidad y la Separación la guerra. En el fondo, a pesar
de su belleza, en el mito platónico se encierra la dialéctica sexual como una
lucha entre iguales. Porque la historia, prolongada idealmente, sería lo
siguiente: las dos mitades de la humanidad, primeramente iguales, se han
desigualado en el curso de la historia. La peor parte de este proceso ha co-
rrespondido a la mujer, dominada por el espíritu agresivo y hostil del varón.

La propia irrealidad del andrógino nos muestra la falsedad de la inter-
pretación. El andrógino no existió, ni los dos seres pueden de nuevo fundirse
para formar un único ser. El secreto esta ahí: en el misterio de la fusión comu-
nicativa, en la cual ninguno pierde su propia y personal autonomía, sino
que ambos salen enriquecidos.

Hablar de igualdad o desigualdad de los sexos es partir de supuestos erró-
neos. La mujer no es igual ni desigual al hombre, sino que es sencillamente
"lo otro". En lugar de igualdad o desigualdad, yo hablaría de "alteridad
de los sexos".

Esta alteridad Se revela en todos los planos, desde los biológicos hasta
los espirituales. Ya las diferencias aparecen en el modo de abrocharse los
botones. Yo no creo en las diversas explicaciones apoyadas en las costum-
bres que se han dado a esas diferencias. Por ejemplo, que el hombre llevaba
la espada a la izquierda y que fuese más cómodo así abrochar sus trajes
como lo hace, o que a la mujer le resultase mejor el inverso modo de aboto­-
­nar en relación con la maniobra de desabrocharse el pecho para alimentar
al niño. Creo que el sentir cómoda o incómoda la acción de derecha a izquierda
o de izquierda a derecha es tan radical en la estructura del ser como el modo
de tirar las piedras o el participar en la génesis de los hijos.

Busquemos una fórmula simple y categórica. Hela aquí: El varón es
respecto con la mujer un Ser excéntrico (es difícil encontrar un adjetivo adecuado
para expresar estas diferencias. En lugar de "excéntrico" y "concéntrico"
podríamos decir "centrífugo" para el hombre y "centrípeta" para la mujer.
Ambas palabras tomadas de la geometría son insuficientemente expresivas
en el área antropológica. De todos modos, el contexto explica en qué sen-
tido deben tomarse). Este calificativo necesita algunos esclarecimientos.

Cuando se analizan las diferencias existentes entre el animal y el hombre
salta a la vista el hecho de que el animal se halla fundido en su medio, mien-
tras que el hombre se halla situado frente a un mundo. Animal y medio
que le rodea forman una especie de unidad primordial, simbiótica. El animal
responde mediante sus resortes instintivos a los estímulos que recibe del
medio ambiente. El gran argumento contra la evolución de las especies
consiste en que éstas no necesitan cambiar, metamorfosearse, para mejorar
sus condiciones de vida. Se hallan bien, cada una envuelta en su medio
ambiente, como en un lugar seguro y apacible. Tendrán sus quebrantos y
sus peligros, pero de tales no les libra una mutación del medio y, por tanto,
tal mutación resulta innecesaria.

En cambio, el hombre no se halla situado en un medio, sino colocado
frente al mundo, que es obra suya. Al animal el medio le es dado. Al hom-
bre el mundo le es propuesto en el acto inicial de su existencia, como el gran
tema que ha de desarrollar durante toda su vida. Los monos antropoides,
aun los supuestos más inteligentes, siguen haciendo lo mismo, exactamente
lo mismo, hoy que hace milenios, cuando divisaban por primera vez la trama
del bosque que constituye su habitáculo. Si alguien cambió las ramas de
los árboles por los barrotes de una jaula, el cambio había sido obra humana
y nada más que humana. Y, sin embargo, gquć diferencia entre las cuevas
de Altamira y un "Salón de Otoño"! Si elijo precisamente este ejemplo es
para Subrayar lo que hay de permanente y mudable en la naturaleza hu-
mana. El hombre de Cro-magnon encendió el fuego frotando dos maderas;
cualquiera de nosotros puede encender su cigarrillo ——hasta el fumar es
invención humana —— apretando el botón de su encendedor. Dentro de poco
bastará que dirijamos la mirada al botón para que surja la llama, como
en un milagroso y familiar fuego de San Telmo.

Ôrtega y Gasset ha dicho que el hombre se halla envuelto en su circuns-
tancia. Con esta expresión quiso afirmar el carácter también indisoluble
que tiene la existencia humana, que desde el primer gemido está ya envuelta
en el mundo. Pero si el niño, realmente, inicia su peregrinación terrena
envuelto en su circunstancia de espacio y tiempo, precisamente su peregrinar
es un liberarse de aquellas circunstancias, un rebasarlas, un trascenderlas.

Con respecto al tiempo, el animal vive una existencia puntual y momentánea.
No sólo no tiene conciencia del tiempo, sino que su experiencia anterior,
asimilada en forma de reflejos condicionados, apenas modifica la amplitud
de su espacio vital. Y en cuanto al futuro, es tan próximo, que apenas me-
rece tal nombre. Biológicamente es como una nave arrastrada hacia el mar
allí donde van a dar todos los ríos, según el verso de Jorge Manrique—
sin que se den cuenta, siquiera, de que van. El hombre por el contrario,
sabe hacia donde va y planea su propio camino. Proyectar es vivir un futuro
en el presente. Y del pasado qué enorme peso gravita sobre nosotros! La his-
toria de nuestros pueblos, la historia de la humanidad entera nos aprisio―
na y nos libera, al mismo tiempo, desde nuestros primeros pasos en la vida.
¿Qué es la puericultura que cuida los niños al nacer, sino un modo de expe-
riencia colectiva, cristalizada en forma de conocimiento científico?
Ahora bien, planear una vida es hermoso, pero es un modo inseguro de
vivir. El animal, sujetándose a un plan impreso en Sus plasmas de un modo
indeleble, vive con mayor seguridad. Los instintos del animal son más se-
guros -—salvo cuando el hombre les pone una trampa. ¿Cómo compa-
rar el instinto de orientación del hombre con el de las aves que corren por
rutas no aprendidas en sus migraciones anuales? ¿Cómo comparar la per-
cepción humana de los obstáculos con la del murciélago que tan seguramente
maneja su radar instintivo? El déficit de los instintos lo suple el hombre
con su capacidad de inventar. He aquí una tremenda paradoja del ser hu-
mano, que nace biológicamente deficitario y se convierte, por sus propios
medios, en aquello que aprendimos en nuestras primeras letras: en el rey
de la creación.

Tan maravillosa aventura sólo ha sido posible gracias al impulso excen-
trico que arrastra al hombre a evadirse de su circunstancia. En este punto.
las diferencias entre el varón y la mujer son evidentes. Casi. diría yo. radicales. Desde
el primer momento en la historia de la humanidad es el varón el que com-
bate para dominar. Su espíritu no Se halla satisfecho en esa situación plas-
modial y circunscrita de la circunstancia en que nació, sino que trata de
saltar, de correr aventuras, de proyectarse fuera de ellas. La creación del
mundo propio es una proyección del principio individual. El tema se ha
abordado filosóficamente muchas veces. En lugar de decir que el hombre
contiene el mundo en sí mismo, como en un microcosmos, podríamos em-
plear la expresión inversa. El mundo es "macantropo" como decía, con
horrísona palabra, Schopenhauer. Pero esta "macantropía" encierra nota-
bles peligros, porque la realización de un ser "en el mundo" lleva consigo
el peligro de dejar de ser "uno-mismo". Por ello el varón vive en ese cons-
tante peligro de dejar de ser, de confundirse con las cosas y objetos de su
contorno, en una palabra de alieriarse. El varón, por ejemplo, padece más
ricas formas °de enloquecer que la mujer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario