jueves, 17 de septiembre de 2009

La floreciente actividad de la prostitución

Las Cruzadas impusieron a la Iglesia el contragolpe de una cierta tolerancia en
` lo sexual. Los Templarios fueron a las Cruzadas con 13OOO cortesanas y de esta
manera poco a poco fue reconociéndose la necesidad social de las instituciones proxenéticas. Con el decreto de Federico III dando licencias comerciales a las corte-
sanas, la prostitución se insertó en la nueva sociedad como una necesaria válvula
de escape. Representación de un burdel en un grabado medieval.

Hemos señalado anteriormente que la prostitución existió ya en las
épocas y en las civilizaciones más antiguas. Pero durante la Edad Media
cobró especial auge, merced al renacimiento de la pasión erótica entre las
gentes. Signiíicó otra válvula de escape, no sólo para las clases bajas, sino
también para las más elevadas. En el cuerpo de la prostituta se sublimaban
los deseos y los impulsos irrealizables. El clima de erotismo, reflejado en la
literatura popular y en las obras literarias destinadas especialmente al con-
sumo de las minorías, había sido trasladado a un terreno ideal. El acceso
al lecho ajeno y la llave falsa para abrir los cinturones de castidad no esta-
ban al alcance de cualquier mortal. Por otra parte, el donjuanismo, tan en i
boga en aquella época, era más bien una actitud no respaldada por los hechos.

El juego amatorio no pasaba muchas veces de ser Simplemente lo que
esas pala.bras indican: simple juego. Lo cierto es que las mujeres, atemori-
zadas por la autoridad marital, recluidas en sus casas, afectadas en lo más
íntimo de su condición por las ideas religiosas que seguían considerándolas
la perdición de los hombres, no podían permitirse el lujo de obrar con cierta
independencia y de prescindir de las normas de la moral en uso. Los relatos
de los exaltados amadores y de los donjuanes de la época eran, en la ma-
yoría de los casos, producto exclusivo de la imaginación. La mujer normal
—entendiendo por esta calificación a la mujer media de la época; es decir,
a la que no constituía una excepción a la regla general——— vivía atemorizada
unas veces, y otras, como resultado de la educación y del clima de vida, ni
siquiera se detenía a pensar en que pudiera haber una experiencia distinta
para ella.

Elaborados por los trovadores y por los libros de Caballería. LOS torneos y los
duelos de amor por defender la honra de la esposa, o por conquistar el favor
de la amada, dejan de tener vigencia. Al genio burgués debe serle atribuido
el frecuente recurso a una técnica especial para evitar las relaciones Sexuales
ilícitas: los cinturones de castidad. Aparecen éstos ya en la mitología griega,
cuando Vulcano idea un artefacto que impedirá el adulterio de Venus con
Marte. Pero no se conoce la época histórica en que semejante artilugio mito-
lógico fuera llevado a la realidad, salvo en la Europa de los siglos xv y xvi.

El cinturón de castidad fue conocido vulgarmente por el nombre de "Cin―
turón Florentino", en razón de que fue Florencia la cuna de esta importante
industria. Había ejemplares para todos los gustos, desde el más sencillo y
económico, hasta el más complicado y lujoso. Los órganos sexuales de la
mujer quedaban rigurosamente clausurados por una pieza que se cerraba
con un candado. Muchas veces sucedía que la mujer hacía honor a los temores
que respecto a ella sentía el esposo y se procuraba una llave maestra para
burlar al celoso marido.

De ahí que, al resultar mayor la demanda que la oferta ——la inmensa
mayoria de los hombres deseaban multi licar Sus ex eriencias Sexuales
la minoría de mujeres estaban dispuestas a concedérselas—-, tuviera que
florecer la prostitución.

Desde los primeros tiempos tiempos del cristianismo, existen suficientes dispo-
ciones legales para proscribir la prostitución. La emperatriz Teodora, esposa
de _]ust1n1ano, adopto en el siglo vi graves medidas para impedirla. Mando
expulsar de Constantinopla a cerca de medio millar de muchachas que se
dedicaban a la prostitución en la ciudad. No se le ocurrio mejor medida
que Chsponer que fueran reClu1daS en un convento, lo que exasperó tanto
a las muchachas que muchas de ellas prefirieron suicidarse.

Carlomagno dictó severas penas para el ejercicio de la prostitución y
para la práctica del adulterio. Uno de sus sucesores redobló el rigor de los
castigos y estableció que las mujeres públicas fueran arrojadas al agua,
expuestas en la icota afeitadas {la eladas. Pero nin una de las medidas
por bárbara que fuera lo ró extir ar una situación de la ue eran res on-
sables, en primer lugar, los propios hombres. La prostitución cobró tal 1n-
cremento andando el tiempo, fue tan numerosa y descarada en las ciudades,
que pronto constituyó un grave problema que había que afrontar. Hubo
que establecer un compromiso con la moral. Era un hecho que la prosti-
tución no podía ser suprimida tajantemente; la prudencia aconsejaba que
ni siquiera se intentara una medida de tal índole. Al suprimirse la prostitu-
ción, peligraría incluso la paz pública, puesto que los ejércitos y las guar-
niciones de las ciudades necesitaban "expansionarse".

Además, puesto que el hombre tiene unas necesidades irreprimibles,
¿qué ocurriría si no encontraban un cuerpo preparado para satisfacer sus
impulsos? San Agustín, terciando en el debate, explicó el problema llana- ~
mente. "Si se suprime la prostitución —-—dijo——, la sociedad sera corrom-
pida por el placer sexual." Quedaría la puerta abierta para el adulterio
y para la degradación de las mujeres. Así quedó demostrada la necesidad,
como mal inevitable, de la prostitución. Para Salvar la honra y la tranquili-
dad de las esposas había que defender la existencia de "mujeres perdidas".

Se recluyó a las prostitutas en casas especiales, situadas en barrios caracte-
rísticos. Con esta medida quedó zanjada una espinosa cuestión que no ha
sido resuelta ni aún en nuestros días.

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