miércoles, 9 de septiembre de 2009

Sexualidad y matrimonio III


Con frecuencia se habla del valor de la palabra en las situaciones hu-
manas. Es cierto: la palabra nombra y al nombrar objetiva algo que no era
mas que una atmósfera neblinosa, como ocurre en todas las situaciones
angustiosas. La angustia deja de ser vaga para convertirse en una fobia.

Ya se sabe que es él, el marido —-o la mujer—— el responsable de su angustia,
de su desgracia o de su neurosis. Y en la necesaria inquisición del pasado
descubre que ya desde el primer día de matrimonio la humilló. Su primer
acercamiento sexual estaba lleno de desconsideración. C), por el contrario,
fue tan considerado y delicado que delató, indudablemente, en .su delica-
deza, la debilidad e insuficiencia de su amor por ella. Hasta entonces ella
se ha resignado a mantener la situación por los hijos, por la esperanza de
un cambio, etc., etc. Ahora ya no. Ahora ya sabe que la neurosis tiene una
causa: su marido. La curación de la neurosis tiene un precio: la separación.

La palabra no sólo cuaja una situación sino que crea una determinación.
La palabra pronunciada se convierte en sentencia irrevocable. Si esto ocu-
rre en un país donde existe el divorcio la situación ya no tiene retorno. En
España no existe y por eso se nos ofrece otra experiencia. Por ejemplo, se ha
llevado a cabo la separación aconsejada. Pasa algún tiempo, la angustia
de la enferma que pareció liberarse con la separación, vuelve. A veces, incluso
como angustia por la separación misma o la soledad. Sentimientos de fra-
caso, de frustración sobrevienen: es ella la que no ha sabido mantener su
matrimonio. La angustia no procedía del conflicto sino que lo creaba y lo
aumentaba. Su angustia desaparece de nuevo, la situación conflictiva puede
volver atrás y el matrimonio emprender una nueva vida con la experiencia
que le ha impuesto la crisis anterior.

La existencia del divorcio Supone una mutación radical en la estructura
de la institución matrimonial. La posibilidad del divorcio suprime la segu-
ridad del matrimonio. Coloca a los cónyuges, el uno frente al otro, en una
actitud que si dijera "SofiSticada" no la calificaría mal. Necesitan estar en
continua actitud estimulante, competitiva del uno para el otro, porque si
no el tedio les consume y les separa. Está por hacer la psicología de la estabilidad
de la persona. En cambio, conocemos mejor la psicología de la inestabilidad:
es la que todos los días vemos en las vidas desgarradas que pasan ante nosotros.

Toda crisis es una experiencia vital. De la naturaleza y profundidad de
la crisis, pero también de la actitud de los que intervienen en ella, depende
el que la crisis sea aniquiladora o enriquecedora de la personalidad. A veces,
una piel con cicatrices es más resistente a la agresión que la piel intacta.
Resulta estúpido negar que hay conflictos conyugales insolubles o muy
difíciles de resolver desde el punto de vista psicológico o humano. A veces,
incluso entre personas normales, con mayor frecuencia entre personalidades
anómalas o peculiares. Y lo peor es que, casi siempre, ha sido esa misma
anormalidad o peculiaridad lo que las ha llevado a contraer un matrimonio
que, a todas luces y en lo que la previsión humana es posible, estaba desti-
A nado al fracaso.

No todos los conflictos humanos son morbosos. Al contrario, los conflic-
tos son constitutivos de la vida sana. Los conflictos contribuyen a despertar -
y avivar la vida de la conciencia, el progreso del hombre en busca de su forma
personal. ¿Cuáles de estos conflictos son morbosos? Precisamente los que
se establecen por una alteración patológica en los planos personales del ser.

La libertad humana existe en tanto la relación entre los planos personales
y apersonales no se halla trastornada por cambios o mutaciones ———transi-
torias o permanentes, pero siempre patol.ógicas————, de dicha relación. La
enfermedad es negación de libertad. De ahí, que en estos problemas, debe
medirse la validez de los actos en relación con la merma patológica que ha
tenido su libertad. Una mayor profundidad en el análisis de los factores que
en cada caso intervienen permitirá resolver, por esta vía, muchos casos de
matrimonios maltrechos en los que un vicio inicial los invalida.

Comentario final

Muchas otras cuestiones podríamos añadir. Una muy importante es la
educación sexual. En un mundo en que tanto se espera del sexo, es natural
pensar que, cuanto antes, debe darse una instrucción sobre él. En muchos
países se han publicado "catecismos" sexuales para uso de las escuelas. Quizás
algunos de los lectores haya tenido alguno entre sus manos. Es un juego
peligroso. V. Gebsattel cuenta la anécdota del padre —psicoterapeuta dis-
tinguido———— que dio una explicación a su hijo sobre "cómo vino él al mundo".

El muchacho quedó tan horrorizado que contrajo una grave neurosis que
tuvo que tratar más tarde V. Gebsattel. No se puede impunemente destruir
el velo del misterio sexual. A veces me pregunto ¿por qué se habrá dado
tanta importancia a este instinto? En los misterios eleusinos los ritos se juga-
ban en torno a los frutos de la primavera. En los dionísíacos había ritos de
iniciación sexual. La creación de la vida es algo que rozan las alas del mis-
terio. En el mismo momento en que se forma una pareja se crea un hogar.

El hogar es una estructura caliente, como un nido protector y preparado para
una nueva vida. El hogar es depósito de Seguridad emocional.
La personalidad se forma en la lucha en la vida, dijeron los clásicos. Esa
lucha no se limita a la confrontación con el mundo en torno. D. Riessmann
califica al hombre actual como un hombre dirigido desde afuera. Aunque
el hombre crea hallarse en posesión de una libertad que no gozaba antes,
lo cierto es que se mueve sobre esquemas impuestos, dirigidos. Probablemente,
son imprescindibles para su subsistencia. La sociedad de consumo no puede
detenerse un momento`sin desencadenar una crisis amenazadora. En ese
estilo de vida tan condicionado, la única posibilidad de aventura que le
queda al ser humano es la aventura Sexual, dice Riessmann. Pero hasta
en ella se infiltra el condicionamiento.

Por ejemplo, compárese el "hacerse el amor" en una pradera, o en un
automóvil, o bien en un paseo de enamorados por el campo o por las calles
de la gran ciudad. En el primer caso, el paisaje participa e invita a la cate- _
xis libidinosa. Contribuye a erotizar. La líbido trasciende más alla de las
zonas erotógenas inmediatas v da paso a un proceso de sublimación no re-
presiva. En contraste, el medio mecanizado parece bloquear la trascenden-
cia de la líbido. Impelida en su tendencia a intensificar el campo de la gra-
tificación erótica, la líbido se vuelve menos "polimorfa", menos capaz de
erotismo. La sexualidad reducida a sí misma empalidece progresivamente.
Todas las técnicas de condicionamiento resultan, a la larga, reductivas.

En eljuego de la vida, la persona debe formarse enfrentándose con su propia
intimidad. Los instintos son fragmentos de ella. Los instintos no deben con-
dicionarse, sino madurar. La maduración no se hace sin conflicto. La vida
no puede prescindir de esas experiencias íntimas. No se trata de reprimir
la Sexualidad, como si no perteneciese al mundo de lo humano, sino de asu— "
mirla en la escala ascendente que va del eros al agape.

Es cierto que la sexualidad del mundo contemporáneo, al querer librarse
de toda coerción v manifestarse sólo en sus cauces naturales, Se encuentra
amenazada de infra-naturalidad. La promiscuidad, el desprecio de la vir-
ginidad de la mujer como valor, la tendencia a la analogía en los dos sexos
que se manifiesta en el vestir y aun en la morfología corporal buscada, la
penetración acentuada de las desviaciones en el área de la normalidad, etc.
demuestran hasta que punto el peligro de desnaturalización sexual es Creciente.

En el fondo, todos los extravíos, sexuales o no, son manifestaciones del
carácter itinerante del ser humano. El que camina puede extraviarseg pero
eso no quiere decir que sea incapaz de encontrar un camino nuevo. Toda
condenación es prematura. Esperemos que el ser humano siempre sabrá
aun en las circunstancias más difíciles— descubrir que su condición con-
siste, precisamente, en su humanidad, a la cual nada es ajeno si sabe humani-
zarlo. Hoy, diríamos con un vocablo más del tiempo, si sabe personalizarlo.
La sexualidad es una de las dimensiones más importantes en el proceso de
personalización: sus desviaciones, personales o colectivas, se convierten en
amenazadoras cuando la ponen en peligro o impiden su desarrollo.

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