jueves, 24 de septiembre de 2009

La revolución francesa y la mujer

Un buen número de mujeres participaron activamente en las tareas de
la revolución, alentadas por los cerebros dirigentes, que veían en ellas a
las conductoras naturales de la ingente población femenina. La mujer sentó
las bases para futuras conquistas, pero las que vivieron en la época del esta-
llido no pudieron ver realizados sus sueños. Los padres de la revolución
condenaban, en general, el papel de la mujer. Diderot, en su Suþlømøut au
Uquge de Bougainville, degradaba a las mujeres al papel de meros comparsas
sexuales. Voltaire no escribió una sola línea en favor de las mujeres. Es co-
nocida la explicación que da Montesquieu en el Espíritu de las Lćgøes: "La
naturaleza -—―—dice——, que ha distinguido a los hombres por la fuerza y la
razón, no ha puesto otros límites a su poder que el de esta misma razón y
fuerza: ha dotado a las mujeres de gracias, queriendo que su ascendiente
acabara con ellas." Rousseau no le va a la zaga cuando, en la parte quinta
del Emilio, consagrada a la mujer, dice: "La mujer se hizo especialmente
para agradar al hombre: Si el hombre debe agradarle a su vez, es de una
necesidad menos directa; su mérito está en su poder: agrada por el mero
hecho de Ser fuerte." Al estallar la revolución, Condorcet y Sièyés solici-
taron la emancipación doméstica y política de la mujer, pero sus peticiones
fueron ahogadas por Mirabeau, Danton y Robespierre.

"¿En nombre de qué principio —decía Condorcet—-—, en nombre de
qué derecho, Se elimina a las mujeres, en un estado republicano, de las fun-
ciones públicas?... ¿Se alegara su debilidad corporal? Entonces sería nece-
sario someter a los diputados a un jurado médico y substituir cada invierno
los que padeciesen de gota."

El famoso Diario de la Mućlre Duc/zesne pinta con vivos colores la actitud
y los modales de la mujer en la Revolución francesa. "AsÍ me gustan las
francesas ——dice, después de describirlas tocadas con el gorro sobre la oreja,
a la dragona———: me congratulo al ver que mi sexo rivaliza en valor con los
hombres que, en otro tiempo, creyéndolas sólo aptas para sus haciendas,
las encerraban en jaulas como a animales bonitos. ;Pardiez que han mos-
trado que sabían manejar la espada tan bien como la rueca !" Describe luego
cómo peroraban en los clubs y termina afirmando que las mujeres han hecho
en la revolución mucho más de lo que se cree. Pero este entusiasmo durará
poco y los hombres replegarán velas en seguida. Una vez asegurado el triunfo
las mujeres volverán a ser recluidas en sus casas. Así lo hizo saber, el 9 de
Brumario, Amar, en nombre del Comité de Seguridad Pública y la Conven-
ción promulgó acto seguido un decreto por el que quedaban prohibidos
todos los clubs y sociedades populares de mujeres.

La revolución, no obstante, derribó la organización del matrimonio,
que quedó dividido en dos actos diferentes y completos en sí, tanto en su
naturaleza como en sus efectos. Por una parte, el matrimonio fue un sacra―
mento. Pero, por otro lado era un contrato susceptible por tanto de ser revi—
Sado. Es curioso señalar que la Ley por la que se establecía el divorcio no
fue defendida por los partidarios violentos de la revolución, sino por aque-
llos representantes del antiguo Régimen que habían logrado sobrevivir
gracias a sus compromisos políticos con las nuevas fuerzas. El propio duque
de Ôrleáns fue uno de los más decididos partidarios del divorcio.
Nace una actitud de revisión
La revolución francesa, con su alteración del equilibrio político, la revo-
lución industrial, con la secuela del auge de los movimientos de lucha social,
y las constantes migraciones, contribuyeron a crear una actitud de revisión,
a no dar por sentadas las cosas tal como se presentaban y a contrastar las
propias vivencias. La Historia entra en un período de cambio, de movimiento.

Mientras la tradición de la familia patriarcal —— dice Viola Klein (E1
Carácter femenino)- no se vio perturbada y no se conocieron otros modelos
contrastantes, todo lo establecido en la tradición social fue considerado
como una parte de la naturaleza humana. Las publicaciones de Bachofen,
de L. H. Morgan, de F. Engels y de E. A. Westermarck aumentaron el cono-
cimiento y sirvieron de pauta para contrastar las instituciones de la época
con otras anteriores.

Durante el siglo XIX la Ïnujer se convirtió en problema de la investiga-
ción científica, merced ala mujer se vio recluida en una zona mas limitada
de servidumbre, puesto que quedó mucho más patente su situación discrimi-
nada en un mundo, el de los hombres, que en un plano social empezaba a
Sacudirse su yugo milenario. El comportamiento sexual siguió teniendo el
acento del predominio masculino, resuelto según las particularidades de la
época que pasaremos a detallar. Entramos en el período de la filosofía indi­
vidualista, del predominio de los datos y de las encuestas, de la observación
empírica, de la razón, Salpicado de estallidos irracionales y de modos de
vida episódicos, algunos de los cuales, como el romanticismo, habrían de
dejar su propia impronta.

No ha sido ligereza si hemos calificado de servidumbre a la situación
de la mujer. Los trabajos pesados que debía realizar --—ella, considerada
tradicionalmente como sexo débil- la sumían muchas veces en penosas y
largas enfermedades. Los documentos sociales de la época hablan de mu-
jeres de treinta años que tenían el aspecto de ancianas de ochenta. Se recu—
rría a ella especialmente en los períodos de crisis y se la remuneraba con sa-
pretender ser un contribuyente al particular progreso del refinamiento, ya
que los precios de su mercado Se han visto elevados nuevamente de media
guinea a tres y media." Se pueden citar numerosos casos de venta, como
los registrados en un libro de H. W. V. Temperley, "La venta de esposas
en Inglaterra en l823". Emerson denunciaba textualmente en su libro
que "el derecho del marido a vender a su mujer se ha conservado hasta
nuestros días".

Existen numerosos testimonios escritos de la época, en los que se explica
con suficiente dramatismo la situación de carne de cañón de las mujeres.

El comisario de policía de uno de los barrios más populosos de París expli-
caba, en el siglo pasado, a Ernest Legouvé que había multitud de fabricantes
que Seducían a las mujeres trabajadoras, dueños de establecimientos que
despedían a las jóvenes que no querían entregárseles y amos que corrompían
a sus criadas. Entre las 5.083 muchachas prostitutas que, según Parent­
Duchatelet, existían en París en 1839, había 285 sirvientas seducidas por
sus amos y arrojadas después a la calle. Había comisionistas, oficiales y estu―
diantes que depravaban a las jóvenes llegadas de provincia o del campo y
se las llevaban a la capital, en donde las abandonaban y eran recogidas
por la prostitución. Duchatelet cifraba su número en 409. En todos los gran-
des centros industriales, en Reims, en Lille, especialmente, había compa-
ñías organizadas para el reclutamiento de los burdeles de París. La obra
documental COYZCÍŽCZIÕTL de [Os Obreros, de M. Villermé, recoge estos y otros hechos
igualmente explicativos. Se podía ver a los rufianes apostados a la entrada
de los talleres, acechando los tiempos de escasez de trabajo y de penuria,
los días de desesperación y de enfermedad —apostilla Legouvé—, y que,
luego de haber pactado con la miseria, expedían su mercancía a la capital.

El hacinamiento de los obreros en departamentos que servían de dormitorio
a los trabajadores de uno y otro sexo, terminaba de provocar el clima ne-
cesario para establecer la pendiente.

La ganancia de las mujeres ni siquiera bastaba para mitigar el hambre.
Esta circunstancia ha sido igualmente comprobada por algunos publicistas
españoles.

Adolfo Llanos Alcaraz que publicó su libro "La mujer en el siglo x1x"
(Madrid, 1864) coincide también en señalar que "para las mujeres, a cierta
edad, buscar novio no es ni más ni menos que un oficio". La languidez y la
palidez de las mujeres era producto, según el autor español, de la reclusión
a que se hallaban Sometidas. Están excluidas por el peso de los convencio-
nalismos sociales del amor. Cualquier hombre puede llamar a su puerta y ‘
a ellas sólo les cabe resignarse a que la aparición del varón no sea muy des-
ventajosa. Machaconamente se repite en la literatura de la época el con-
sejo inveterado de que la mujer no debe tentar al destino, Sino que ha de W,
esperar pacientemente. Llanos Alcaraz dice textualmente: "No olvidéis nunca
que vuestro destino es esperar. Que deben venir a buscaros. Que ni debéis
buscar ni salir al encuentro. Mujer que esþćm siempre es digna. Mujer que
busca Siempre es miserable." La mujer ni siquiera debe lamentarse de que
la espera resulte vana y de que nadie llame a su puerta pidiéndola en ma-
trimonio. El autor, representativo de los valores establecidos en su época,
las consuela haciéndolas Saber que, tal vez, de haber conseguido marido,
la suerte hubiera sido más funesta. Y si, a pesar de todo, consiguen casarse
y el matrimonio fracasa, a la mujer no le queda ninguna Salida, salvo la
resignación. Nunca es el hombre el que se equivoca. Buscad, si no, las causas
de la disolución del matrimonio y siempre encontraréis a una mujer frívola,
manirrota, sensual y egoísta. Les aconseja que no se dejen llevar por la ver-
guenza en el caso de que el matrimonio haya fracasado; deben resignarse
al sufrimiento y "llevar la cruz", aunque no tengan culpa alguna.

La mujer es un juguete para el marido. La constante de esta afirmación
la encontraremos una y otra vez en los escritos de la época. En ocasiones,
este juguete puede resultar peligroso y comprometer, consiguientemente, a
quien lo usa. Por ello, los tratadistas al estilo de Llanos Alcaraz proponen
una mayor instrucción de la mujer, alarmados por la nefasta influencia que
ésta puede ejercer sobre los hombres.

También ofrece Llanos Alcaraz un cuadro sentimental y blandengue,
narrando la biografía de la modistilla, una de tantas empleadas que no tie-
nen qué comer ni camisa que mudarse. Empujadas por el hambre y la de-
sesperación se embarcan en el carro del vicio y tratan de resolver por el
seXo lo que la sociedad les niega por el trabajo.

Legouvé eXponía que una mujer sola, sin contar la compra de muebles
y vestidos, no podía vivir en una ciudad por menos de 248 francos anuales.

Ahora bien, en la juventud de la mujer, su ganancia ascendía a 172 fran-
cos, en la madurez a 250, y en la decadencia, a 126. Y concluía: "Muertas ,
de necesidad y arrebatadas por la desesperación, fijan las mujeres sus ojos
en ese cuerpo que no pueden sostener con el trabajo y recuerdan que son
hermosas: o sí no hermosas, a lo menos mujeres. No quedándoles más que
su seXo, lo convierten en instrumento de lucro. En Reims, en Lille y en Se-
dan, muchas jóvenes, después de terminado su ingrato trabajo, empiezan
lo que ellas llaman su quinto cuarto de jornal."

Parent-Duchatelet opinaba que, de 3.000 muchachas prostitutas, sola-
mente 35 estaban en condiciones de mantenerse honradamente, que 1.400
habían sido impulsadas a aquella situación por la miseria y que una de ellas.
al resolver prostituirse, hacía más de tres días que no había comido. notable y sustancial avance de las ciencias y al
papel insoslayable que tenía la mujer en la revolución industrial. Ello no
quiere decir que la situación de la mujer se orientara por cauces más justos,
ni que el comportamiento sexual alcanzara un nivel cualitativamente dis-
tinto. Por el contrario, la mujer se vio recluida en una zona mas limitada
de servidumbre, puesto que quedó mucho más patente su situación discrimi-
nada en un mundo, el de los hombres, que en un plano social empezaba a
Sacudirse su yugo milenario. El comportamiento sexual siguió teniendo el
acento del predominio masculino, resuelto según las particularidades de la
época que pasaremos a detallar. Entramos en el período de la filosofía indi­
vidualista, del predominio de los datos y de las encuestas, de la observación
empírica, de la razón, Salpicado de estallidos irracionales y de modos de
vida episódicos, algunos de los cuales, como el romanticismo, habrían de
dejar su propia impronta.

No ha sido ligereza si hemos calificado de servidumbre a la situación
de la mujer. Los trabajos pesados que debía realizar --—ella, considerada
tradicionalmente como sexo débil- la sumían muchas veces en penosas y
largas enfermedades. Los documentos sociales de la época hablan de mu-
jeres de treinta años que tenían el aspecto de ancianas de ochenta. Se recu—
rría a ella especialmente en los períodos de crisis y se la remuneraba con sa-
pretender ser un contribuyente al particular progreso del refinamiento, ya
que los precios de su mercado Se han visto elevados nuevamente de media
guinea a tres y media." Se pueden citar numerosos casos de venta, como
los registrados en un libro de H. W. V. Temperley, "La venta de esposas
en Inglaterra en l823". Emerson denunciaba textualmente en su libro
que "el derecho del marido a vender a su mujer se ha conservado hasta
nuestros días".

Existen numerosos testimonios escritos de la época, en los que se explica
con suficiente dramatismo la situación de carne de cañón de las mujeres.

El comisario de policía de uno de los barrios más populosos de París expli-
caba, en el siglo pasado, a Ernest Legouvé que había multitud de fabricantes
que Seducían a las mujeres trabajadoras, dueños de establecimientos que
despedían a las jóvenes que no querían entregárseles y amos que corrompían
a sus criadas. Entre las 5.083 muchachas prostitutas que, según Parent­
Duchatelet, existían en París en 1839, había 285 sirvientas seducidas por
sus amos y arrojadas después a la calle. Había comisionistas, oficiales y estu―
diantes que depravaban a las jóvenes llegadas de provincia o del campo y
se las llevaban a la capital, en donde las abandonaban y eran recogidas
por la prostitución. Duchatelet cifraba su número en 409. En todos los gran-
des centros industriales, en Reims, en Lille, especialmente, había compa-
ñías organizadas para el reclutamiento de los burdeles de París. La obra
documental COYZCÍŽCZIÕTL de [Os Obreros, de M. Villermé, recoge estos y otros hechos
igualmente explicativos. Se podía ver a los rufianes apostados a la entrada
de los talleres, acechando los tiempos de escasez de trabajo y de penuria,
los días de desesperación y de enfermedad —apostilla Legouvé—, y que,
luego de haber pactado con la miseria, expedían su mercancía a la capital.

El hacinamiento de los obreros en departamentos que servían de dormitorio
a los trabajadores de uno y otro sexo, terminaba de provocar el clima ne-
cesario para establecer la pendiente.

La ganancia de las mujeres ni siquiera bastaba para mitigar el hambre.
Esta circunstancia ha sido igualmente comprobada por algunos publicistas
españoles.

Adolfo Llanos Alcaraz que publicó su libro "La mujer en el siglo x1x"
(Madrid, 1864) coincide también en señalar que "para las mujeres, a cierta
edad, buscar novio no es ni más ni menos que un oficio". La languidez y la
palidez de las mujeres era producto, según el autor español, de la reclusión
a que se hallaban Sometidas. Están excluidas por el peso de los convencio-
nalismos sociales del amor. Cualquier hombre puede llamar a su puerta y ‘
a ellas sólo les cabe resignarse a que la aparición del varón no sea muy des-
ventajosa. Machaconamente se repite en la literatura de la época el con-
sejo inveterado de que la mujer no debe tentar al destino, Sino que ha de W,
esperar pacientemente. Llanos Alcaraz dice textualmente: "No olvidéis nunca
que vuestro destino es esperar. Que deben venir a buscaros. Que ni debéis
buscar ni salir al encuentro. Mujer que esþćm siempre es digna. Mujer que
busca Siempre es miserable." La mujer ni siquiera debe lamentarse de que
la espera resulte vana y de que nadie llame a su puerta pidiéndola en ma-
trimonio. El autor, representativo de los valores establecidos en su época,
las consuela haciéndolas Saber que, tal vez, de haber conseguido marido,
la suerte hubiera sido más funesta. Y si, a pesar de todo, consiguen casarse
y el matrimonio fracasa, a la mujer no le queda ninguna Salida, salvo la
resignación. Nunca es el hombre el que se equivoca. Buscad, si no, las causas
de la disolución del matrimonio y siempre encontraréis a una mujer frívola,
manirrota, sensual y egoísta. Les aconseja que no se dejen llevar por la ver-
guenza en el caso de que el matrimonio haya fracasado; deben resignarse
al sufrimiento y "llevar la cruz", aunque no tengan culpa alguna.

La mujer es un juguete para el marido. La constante de esta afirmación
la encontraremos una y otra vez en los escritos de la época. En ocasiones,
este juguete puede resultar peligroso y comprometer, consiguientemente, a
quien lo usa. Por ello, los tratadistas al estilo de Llanos Alcaraz proponen
una mayor instrucción de la mujer, alarmados por la nefasta influencia que
ésta puede ejercer sobre los hombres.

También ofrece Llanos Alcaraz un cuadro sentimental y blandengue,
narrando la biografía de la modistilla, una de tantas empleadas que no tie-
nen qué comer ni camisa que mudarse. Empujadas por el hambre y la de-
sesperación se embarcan en el carro del vicio y tratan de resolver por el
seXo lo que la sociedad les niega por el trabajo.

Legouvé eXponía que una mujer sola, sin contar la compra de muebles
y vestidos, no podía vivir en una ciudad por menos de 248 francos anuales.

Ahora bien, en la juventud de la mujer, su ganancia ascendía a 172 fran-
cos, en la madurez a 250, y en la decadencia, a 126. Y concluía: "Muertas ,
de necesidad y arrebatadas por la desesperación, fijan las mujeres sus ojos
en ese cuerpo que no pueden sostener con el trabajo y recuerdan que son
hermosas: o sí no hermosas, a lo menos mujeres. No quedándoles más que
su seXo, lo convierten en instrumento de lucro. En Reims, en Lille y en Se-
dan, muchas jóvenes, después de terminado su ingrato trabajo, empiezan
lo que ellas llaman su quinto cuarto de jornal."

Parent-Duchatelet opinaba que, de 3.000 muchachas prostitutas, sola-
mente 35 estaban en condiciones de mantenerse honradamente, que 1.400
habían sido impulsadas a aquella situación por la miseria y que una de ellas.
al resolver prostituirse, hacía más de tres días que no había comido.

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