jueves, 24 de septiembre de 2009

La caza del marido

Esta situación laboral de la` mujer, y sus consecuencias, que hemos tra-
tado de dibujar someramente, se refería casi exclusivamente a las mujeres
del proletariado que habían decidido y habían sido llamadas para cubrir
en los centro·s de producción aquellos trabajos desechados por los hombres.

Pero una parte considerable de las mujeres pertenecientes a las clases me-
dias se consumían en la inactividad, a pesar de verse acuciadas por las ne-
cesidades. Pero, en su medio social, el trabajo era considerado como la peor
deshonra. Toda la educación que recibían consistía en perfeccionar la tac-
tica de cazar marido, de asegurarse por el matrimonio la subsistencia. Su
verdadero sentido en la vida consistía, pues, en vaciarse de contenido pro-
pio, en despersonalizarse. l\/Iatrimonialmente, era un ser colocado en depen-
dencia, eróticamente, un objeto pasivo. "Una mujer digna üdice la señora
Graves, citada por Viola Klein- no tiene deseos que reprimir, por cuanto
considera que es éste su deber, ya que su mas grande satisfacción esta en
"amar, respetar y obedecer"; y se somete con alegre aprobación a ese orden
establecido por Dios y la Naturaleza, y que rige las relaciones conyugales.
La mujer siente que no ha sido hecha para mandar, y encuentra su más
auténtica felicidad en someterse a aquéllos que esgrimen un legítimo cetro
de justicia, clemencia y amor."

Resulta abrumador considerar lo difícil que debió de ser para la mujer
de aquella época esgrimir las armas para cazar marido, ya que las normas
convencionales le dejaban pocos instrumentos de agresividad. "Las rela-
ciones con el sexo opuesto deben establecerse con excesiva precaución."

En los últimos años de la Inglaterra victoriana estaban en vigor cientos de
restricciones convencionales. Se aconsejaba moderación en las maneras, mo-
destia en el comportamiento, el cultivo asiduo de un tono de voz bajo y dulce,
y una forma de expresión cortés. La mujer tenía que demostrar que era
simplemente una muñeca; hasta que llegara la época de la sublevación de
las muñecas, simbolizada en la famosa obra de Ibsen.

La mujer tenía que esperar pacientemente a que el caballero se le de-
clarase. Con ello quedaban casi todas las puertas cerradas para la autén-
tica elección. La mujer descendió un escalón más en la historia de su depen-
dencia respecto del varón. Ni siquiera podía llamar la_atención de éste.

Constantemente se le aconsejaba que fuera discreta, que aceptara las pro-
posiciones del varón una vez éstas eran comprobadas suficientemente por
sus padres. En medio de esta situación, llegaba a consumirse y la represión
constante a que era sometida la hacía abocar a toda suerte de dolencias.

La palidez y la consunción de las mujeres, tan analizada y cantada por la
literatura de la época, era sin duda, y vulgarmente, un producto de la si-
tuación de ostracismo. Por otra parte, sólo la enfermedad le daba a la mujer
ocasión para hacerse notar.

Irene Clephane, en Towards Sex Freedom, explica gráficamente esta situa-
ción: "Es asombroso el número de personajes de la era victoriana que no
podían asentar un pie en el suelo, tan débiles se hallaban, y que ni siquiera
tenían una verdadera enfermedad. Para la mayoría de las mujeres de la
época victoriana este tipo de invalidez resultaba no sólo interesante, sino

atractivo; era casi el único medio de atraer la atención al tiempo que Seguían
Siendo modelos de corrección, en un mundo indiferente a Sus dotes inte­
lectuales o a Sus posibilidades deportivas; y las imágenes de las jóvenes que
hoy aparecerían hablando en el foro o disputando campeonatos de tenis
en Wimbledom tomaban forma entonces en retratos de de unas criaturas paté-
ticamente desvalidas, en las garras de una prolongada (pero no dolorosa)
enfermedad y objeto de la constante preocupación de sus cariñosos familiares."

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