jueves, 3 de septiembre de 2009

Sexualidad y mundo moderno parte III


La encuesta Kinsey intentó un acercamiento científico al problema de
la sexualidad. El segundo factor importante que caracteriza la sexualidad
del hombre moderno consiste en su reducción a la categoría de sensación
placentera. desprovista de toda atmósfera creadora en la que ha estado siem-
pre envuelta. La sexualidad contemporánea evita Ser creadora y, cuando
lo es, niega el misterio ćle la creación sometiéndose a una planificación previa.

El arsenal de los medios anticonceptivos crece cada día. El amor del que se
habla es un "quehacer" biológico o fisiológico. Malcolm Muggeridge relata,
el ensayo antes citado, haber visto escrito en la pared de una calle, en Santa
Mónica, lo siguiente: "Acuéstate, creo que te amo". Es decir, el sexo des-
cargado de Sus envoltorios, convertido en puro orgasmo. A las declaraciones
de los derechos del hombre hay que agregar, dice irónicamente el citado
autor, este nuevo: el derecho al orgasmo.

Un ejemplo de a dónde puede llegarse por la vía de la planificación
científica se halla en las investigaciones de Masters Sobre la masturbación
femenina. La investigación Se dirige sólo al orgasmo masturbatorio. ;Qué
lejos se halla del éxtasis sexual! Así se llegará a la muerte de Eros. En una
cierta literatura (por ejemplo el artículo de Farber e11 Cernrnenzfaw o el libro
de Ellis sobre Sex and the single man) se propugna la ipsación como la fórmula
más perfecta — y menos comprometida— de la satisfacción sexual. Así no
se realiza el más mínimo esfuerzo que exige todo encuentro personal. No
cabe una mayor decapitación de la función sexual.

El psicoanálisis pretende que la liberación de las inhibiciones —- sexuales
o no- es la fuente de la salud psíquica. Ya sé que ha habido muchas exa-
geraciones en esta interpretación y que esta fórmula condensada es imper-
fecta, pero la línea general terapéutica de muchas escuelas psicoanalíticas
se monta sobre este esquema de la satisfacción instintiva. Para muchos auto-
res desde D.H. Lawrence a Henry Miller por ejemplo- la satisfacción
sexual es una fuente de energía. Algo análogo pensaba Nietzsche. Y este
mismo pensamiento se oye en boca de muchos neuróticos. Me refiero a la
sexualidad como refugio de un estado de privación. La Sexualidad es como una
Satisfacción instintiva, como un escape, como algo que rellena un vacío
que existe en el hombre contemporáneo. Es paradójico pensar que tras un
gran proceso de "toma de conciencia" de la sexualidad Se hayan vuelto
inconscientes los mecanismos de su supravaloración. Lo que hay en el fondo
de ese estado de privación que padece el hombre contemporáneo no es más
ue una forma de ansiedad. La Sexualidad es un narcótico de la ansiedad.

El psicoanálisis afirmó más de una vez que la ansiedad surge de la privación
sexual. Aquí se le escapa algo primordial: que la ansiedad es Originariay su
sexualizaeión es secundaria. (Véanse detenidamente expuestas estas tesis en
mi libro Las neurosis como enfermedades del ánimo.) Jung decía que para Freud
la sexualidad tenía algo de "numinoso". Lo numinoso, como dice R. Otto,
es el "mysterium tremendum". (Tersteegen afirmaba: un Dios que Conce­
bimos no es Dios.) La planificación y el estudio científico de la sexualidad
tropezará siempre con esta dificultad. Se han adquirido muchos conocimien-
tos científicos sobre la misma, se han descubierto los centros cerebrales que
la rigen, las hormonas que intervienen en ella, la cromatina sexual, etc., etc.

La sexualidad humana no termina ahí. Los intentos explicativos de la homose-
xualidad de base hormonal o cromatínica, por ejemplo, son absolutamente
insuficientes. Y por si fuera poco el misterio, queda la decisión de aceptar
o no el comportarse homosexualmente, sin estar íntimamente determinado
a ello. Así es de compleja la persona humana; por eso la sexualidad redu-
cida y planificada en última cuenta, se deshumaniza.

La sexualidad contemporánea es una sexualidad de consumo. En la socie-
dad actual desaparecen cada vez mas las tensiones clasistas y el proceso de
nivelación se logra día a día. Estos avances se deben al progreso en la pro-
ducción que, a su vez, se halla estimulado por la necesidad de su creciente
aumento y que exige el acceso de mayor número de seres humanos a los
bienes de producción. En la dimensión productiva, el hombre pierde su
A individualidad, recuperándola en el tiempo libre. Sólo el tiempo libre es
privado. A cada cual le pertenece el suyo. Pero también ese tiempo libre
se planifica actualmente como el consumo. La sexualidad ingresa en este
esquema. Al depender cada vez menos de la función reproductiva, o sea,
al Separarla cada vez más de la paternidad, se privatiza más y mas. Ya no
se trata de actos sociales o interpersonales —el matrimonio es una institu-
ción social—- sino de actos privados individuales: la búsqueda del placer.

Lo que el acto sexual tenía antes de aventura sexual, de exaltación del Ser
y al mismo tiempo de riesgo, se desdibuja. Se trata de lograr un placer sin
arrepentimiento, un placer inocuo ("et de toutes les facons représente si peu
de temps". Francine Combelles, journal íntime). Así, el placer sexual de una
sociedad montada sobre la nivelación y la competencia aleja a los seres
humanos unos de otros, en lugar de acercarlos. El hogar se deshace por el
trabajo simultáneo, cada miembro de la pareja trabaja en un lugar distinto.

La mujer se ha emancipado y su emancipación deja el hogar vacío. El Estado
contemporáneo ha creado los sistemas de Seguridad social anhelados por
todos los pueblos y a decir verdad, eficaces, grandemente eficaces, en muchos
aspectos. Pero algo hay que le falta al hombre en esta civilización del bien-
estar: el calor del hogar. El hogar es un foco de Seguridad emocional.

A medida que van desapareciendo los trastornos físicos, el hombre mo-
derno se halla sujeto a otra clase de torturas que le afectan en su medula
personal. En una de las recientes piezas de teatro de más éxito, Who is afraid
of Virginia Woolf?, puede verse una nueva forma de conflicto personal creado
por el contacto poco discriminado de piel a piel y la distancia pro-
gresivamente discriminadora de alma a alma.

Por Juan J. López Ibor

No hay comentarios:

Publicar un comentario