jueves, 24 de septiembre de 2009

Fin de una época y anuncio de nuevas costumbres

El viejo ascetismo medieval está a punto de desaparecer, arrollado por
la literatura profana. Se trata de otra manifestación más de la profunda
crisis y de la agonía, en definitiva, de la Sociedad medieval. La mujer, por
decirlo de alguna manera, se desnuda, siente los estremecimientos de la
carne y la llamada imperiosa de la sexualidad.

El mundo se hallaba alarmado por la disminución de la población.
Boccaccio hubo de dedicar importantes páginas de su obra a describir las
consecuencias de la Peste Negra que asoló Europa. Esta situación no fue j
esporádica, sino que se repitió constantemente. Por otra parte, las frecuentes
campañas guerreras provocaban la muerte masiva de la población castrense
y de la civil. Por ejemplo, la Roma de León X contaba con noventa mil ha-
bitantes, que quedaron reducidos a treinta mil a raíz del famoso "saco".

El sentimiento de provisionalidad, el pánico a la muerte y la calamitosa
situación social actuaron de fermento de disolución en las rígidas costum-
bres; por otra parte, la necesidad de incrementar el índice demográfico,
incrementó también la actividad Sexual. Proliferaron, por ejemplo, los hijos
ilegítimos, que no eran considerados como una deshonra.

El problema del comportamiento sexual fue escasamente enfocado desde
una perspectiva científica. En cambio, la literatura abundó sobre los temas
del erotismo, aunque varió la perspectiva de su tratamiento. Se repitieron
los temas consagrados en la Edad Media, pero Se disolvieron las formas
trágicas. El adulterio y el galanteo con muchachas estuvieron a la orden
del día. El culto a la potencia sexual, junto a la ridiculización de los matri-
monios entre mujeres muy jóvenes y hombres senectos, estuvo presente en
la producción literaria de la época. Los versos del Aretino son muy signifi-
cativos a este respecto.

El "divino" Aretino tropezó con muchas dificultades en su azarosa vida.
Fue un autor de moda, pornográfico, que no dudó en censurar, para hala-
gar a las autoridades, las desnudeces de las pinturas de Miguel Ángel. Pudo
trabajar con relativa Seguridad en la Venecia del Siglo xvi, centro o empo-
rio de la literatura pornográfica. En su obra fundamental, Ragionćzmćntz
describe la infidelidad de las mujeres y el érotismo de que hacía gala la so-
ciedad de su época. La obscenidad sube de tono en sus famosos "Diálogos
de Magdalena y _]ulia". Participó directamente en el escandaloso asunto de
los cuadros de la villa de Lante, pintados por Giulio Romano. Las dieciséis
pinturas, que retrataban otras tantas formas de realizar el acto sexual, fueron
copiadas y divulgadas en grabados. Aretino había escrito un soneto a cada
una de aquellas formas de la cópula sexual. Cuando el escándalo y, consi-
guientemente, la represión se cernió sobre los autores de las obras, Aretino
trató de justificar su conducta y con ello dio pie a una nueva manera de
considerar la sexualidad. Alegaba que los cuadros sólo reflejaban la ejecución
de determinados actos naturales y que, por consiguiente, no había que aver-
gonzarse de ellos. La condición humana no puede tener una zona de luz
y otra de sombra. Este paso a la normalidad habría de ser refrendado por
el impulso que habían experimentado las ciencias. La medicina, en su in-
tento de ahondar en el problema del hombre, tuvo que romper con un primer l
y sustancial tabú: la prohibición de manipular en los cadáveres. Andrés
Vesalio fue uno de los pioneros de la nueva ciencia de la anatomía: escribió
un volumen muy discutido, explicando, con dibujos detalladísimos, las par-
tes del cuerpo humano.

Eran tiempos que auguraban cambios fundamentales en la sociedad.
La necesidad de la Reforma se cernía en el ambiente. Y, lo que nos interesa A
particularmente en este recorrido rápido por la evolución del comporta-
miento erótico, muchos puntos de fricción tenían efecto en el campo de
la conducta sexual. Melanchton y Zwinglio combatieron el celibato, des-
pertando un problema que había sido postergado, pero no resuelto. Zwinglio,
sacerdote de la catedral de Zurich, predicó con el ejemplo, casándose con
Ana Meyer. La reforma no pretendía ser, como sus detractores intentaban
demostrar, una licencia para el desenfreno, sino una búsqueda de la nor-
malidad. Algunos reformadores incluso, insistieron en la necesidad de vol-
ver al ascetismo y a la austeridad. Así, Calvino, cuando llegó a ser alcalde
de Ginebra, prohibió todas las diversiones y mandó quemar, entre otras,
las obras consideradas licenciosas de Lucas Cranach. En esta actitud tuvie―
ron su origen las normas excesivamente severas de algunas sectas reformistas.

Lutero puede ser considerado como un auténtico reformador sexual.
Según confesión propia, había llegado virgen al matrimonio, lo que le había F
procurado una serie de trastornos que desaparecieron al hacer uso de la vida
sexual normal. Abordó todos los temas relacionados con la sexualidad y
llegó a pronunciarse en cuestiones tan particulares como el número reco-
mendable de cópulas que había de efectuar un matrimonio normal. Pro- I
clamó la libertad sexual y abrió una puerta para el divorcio, que se fue in-
troduciendo paulatinamente en los países del continente. El divorcio pre-
tendido por Enrique VIII fue la causa inmediata de la Reforma de Inglaterra.

El Concilio de Trento fue la reacción de la Iglesia Católica en su intento
de cortar el impulso de la Reforma. Se pronunció en una serie de cuestiones
dogmáticas y sentó las bases para la futura gestión de la Iglesia en el mundo.

Pero, obligadamente, descendió a terrenos muy concretos, entre los que nos
interesa destacar el de la moralidad sexual. El matrimonio indisoluble. y
único fue elevado a la categoría de Sacramento y revestido de un ceremonial
público. Con ello se pretendía responsabilizar más a las gentes y cortar las
ideas tendentes a hacer del matrimonio una institución susceptible de ser
anulada. Los esponsales debían celebrarse públicamente, previa una serie
de proclamas; además, los contrayentes deberían aportar la autorización
paterna, volviendo así a las costumbres patriarcales y a la férrea autoridad
del jefe de la familia.

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